lunes, 7 de mayo de 2012

Ebrios de MTB

Gran ambiente ayer domingo en San Martín de Valdeiglesias. Allí estuvimos bien representados los bikers de MNBC y nuestros amigos de BIKETOWN. Mil setecientos bikers, un entorno incomparable, no llovió, muy poco barro... ¿Qué más se puede pedir? Lo pasamos muy bien y algunos hasta tuvieron tiempo de tomarse unas cervezas en una terracita antes de volver a Madrid. Ya estamos pensando en Riaza.

Lo que sigue es un relato de mi personal experiencia de la carrera.

Vino tinto. Sí. Más vale que zozobre que no que no "zofalte" (ese es mi lema); siempre habrá tiempo de dejarlo al pasar por meta a los treinta y siete kilómetros, si no me veo con fuerzas o falla la bici. La espera, con Julio, mi compañero de salidas MTB, que no deja de hablar de la Titan Desert. Conociendo a Julio, la acabará haciendo; 2014 a más tardar. "Tío, yo vivo al día; de momento Valdeiglesias Desert, luego Riaza Desert y después ya veremos; eso de la Titan no sé yo". Seguimos hablando de su Titan, formas de conseguir financiación, que si las jaimas que montan en el desierto son estupendas... ¡¡Salimos!! En medio de la muchedumbre de bikers, enseguida pierdo a Julio. Mi personal desert ha comenzado.
Como siempre, los primeros kilómetros son de rodar en pelotón, muy atentos a no engancharse con alguno que se cruce. Las primeras rampas empiezan a despejar el terreno. A los diez kilómetros empiezo con las paranoias habituales: me siento un poco raro, mira que si me da una pájara, mira que me tenía que haber tomado una barrita antes de salir, pero no me entraba, pero si desayuné fuerte, pero ¿dónde está ya el desayuno?, han pasado tres horas, ¿y dónde está la pasta que cenaste anoche?, para y tómate una barrita, déjate de chorradas, el avituallamiento está a cinco kilómetros. Llegó al avituallamiento, bebida, galletas, plátano, más plátano (pienso en los calambre: profético pensamiento, ¡ay!), voy a acabar odiando el plátano y encima las barritas tienen sabor a plátano. Antes de llegar al avituallamiento, un puertito de vistas espectaculares (Valle verde, San Martín al fondo), pero un tanto agotador. No es el mejor momento para pensar en Riaza; si me ponen la inscripción delante, en ese momento, creo que no firmo. En mi fuero interno, mido la dureza de las pruebas por las veces que pienso en (no ir a) la siguiente.
Kilómetro 25. ¡Gran catástrofe! No sé qué pasa con el desviador, pero no consigo meter el plato pequeño; el mando del cambio tiene una holgura rara; el plato grande entra a duras penas, pero el pequeño ¡ni pa'trás! Paro, no veo nada (la mecánica no es lo mío, ¡qué le vamos a hacer!), y no parece que aquí, en medio del monte vaya a aparecer el servicio técnico de Shimano con ese mecánico amigo que te saca de apuros. Vuelta a los pensamientos paranoides: que menuda faena, que esta avería nunca la había tenido, que manda narices, que cómo ha podido pasar, que no le he dado ningún golpe a la bici, que iba perfectamente, y ahora qué voy a hacer, bueno igual al paso por meta (solo quedan doce kilómetros y parece que esto va de bajada) me pueden echar una mano, que sí, que había un garito de Shimano, y si no tiene arreglo, ¿qué hago?, ¿sigo?, pues sigo y que sea lo que Dios quiera, lo peor será que haya mucho pie a tierra, ¡qué faena!, y la semana que viene a llevar la bici al taller, el lunes no puedo, martes complicado, hay que ver, con lo bien que iba... ¡Ahí está la meta! "¿Un mecánico, por favor?", "Sí, junto al castillo tienes el puesto de Shimano" (¡lo sabía!), "Sal por aquella valla". Y ahí estaba el mecánico amigo. Me pongo en lo peor: que me diga que qué avería más chunga y que esto excede lo que puede hacer un mecánico de campaña, que no tiene la pieza, que... El mecánico amigo coge la bici y la sube al soporte, echa un vistazo (creo que el vistazo no llegó a los diez segundos) y me dice: "Ven, mira. Esto tenéis que solucionarlo vosotros". ¡Glup! ¿Qué ha pasado? Estoy demasiado agotado como para ponerme colorado. "¿Ves?". Y lo que veo es un palito de unos dos centímetros de largo que se ha encajado entre el desviador y la barra del cuadro; y claro, el desviador no se mueve (no hace falta saber mucha mecánica para entender eso). Destornillador, fuera palito (dos segundos) y vuelta a la bici. El mecánico amigo no me ha defraudado.
Avituallamiento antes de enfilar el bucle final, el genuinamente "tinto", y a pedalear de nuevo. Me esperan los veinticuatro kilómetros más duros del recorrido. A partir de este punto, los tramos en los que voy solo son frecuentes. Es la soledad del biker, ese ámbito en el que tienen lugar las más encarnizadas batallas: las que uno libra consigo mismo. El recorrido, que hasta ahora nos ha llevado por parajes de gran belleza, se adentra en un bosque de pinos increíble que llega hasta el mismo embalse; literalmente, el mismo embalse: pasamos por un tramo que, en años de más lluvia debe de cubrirse de agua. Poco después de pasar el tramo arenoso de embalse, primer aviso: un movimiento brusco para evitar una caída y me da un calambre en los gemelos que me hace ver las estrellas. Me paro, se me pasa, tranquilo. Veinte metros más allá me grita un biker: "¿Pinchazo?". "No, calambre", respondo. "Aquí estoy con esta bomba que no hay forma...". Él sí había pinchado. Ya parados y ya puestos, pienso que puedo ayudarle y que no me vendrán mal unos minutos de descanso. Le dejo mi bomba, hincha él, le relevo, le da él un toque final y listo. Me lo agradece y yo también agradezco el descansito. Sigo con cierta aprensión: ahora, a quince kilómetros del final, se trata de llegar, como sea, pero llegar. No sé si me van a pillar en Riaza... Despacito y buena letra, nada de golpes bruscos de pedal, platito pequeño y pie a tierra en las rampas salvajes. No soy el único: en las rampas salvajes mucho pie a tierra y algunos compañeros de dolencia: "¡Ay los abductores!". Salimos del bosque. Se ven campos de vides; en los sarmientos han empezado a brotar las hojas. Claro, esto es la ruta de los vinos. Sigo, me pasan, tú a lo tuyo, humildad, van mejor, ¿y qué? Cuesta abajo final... ¡Conseguido! Atravieso la meta.
Enorme satisfacción. Tarde del domingo: las endorfinas me tienen en un nirvana. Hoy lunes ya no recuerdo los calambres, ni las batallas conmigo mismo. Solo la borrachera de MTB que ha supuesto la ruta de los vinos. Los caminos, los senderos, los tramos de trialeras, el paisaje, los olores del campo, mil setecientos bikers, y la satisfacción de haber acabado. Ya estoy pensando en Riaza.














1 comentario:

  1. Gabi... Me encantan tus cronicas!!! Te vamos a fichar como jefe de prensa!!! Te espero el Martes en la VUELTA SOTO VIÑUELAS!!!

    ResponderEliminar