Han
pasado casi diez meses desde la
última entrada, en la que se decía que este blog no es el consultorio de la
señorita Pepis y se leía entre líneas que los bikers de MNBC venimos llorados
de casa. Nada de lamentaciones, pues. Pero es verdad que entre esta entrada y
la anterior ha habido mucho fisio ─¡mucho!─, una operación
quirúrgica, cuatro meses de baja, una larga rehabilitación y mucho tiempo para
pensar─¡mucho!─, y parecía oportuno reanudar la actividad
bloguera de MNBC con una reflexión.
El
que suscribe también es de los que pensaba que sin la bici su vida carecería de
sentido, y todas esas tonterías que se dicen a veces. Sí, yo también he
padecido MTBOC y, aunque llevaba tres
años limpio, es cierto que todavía me parecía que sin esa válvula de escape que
es la bici la vida se me iba a hacer muy dura. Pues no: hay vida más
allá de la bici. Y es vida inteligente. Se puede vivir sin bici y hay un sinfín
de alternativas, entre las que está la marcha nórdica,
ya integrada en MNBC.
Durante
este año y medio, he leído más, he cocinado más, he pasado más tiempo con mi familia y he valorado más la belleza de pequeñas cosas como las que ilustran
esta entrada. Pero sobre todo, he aprendido
a aceptar
mis limitaciones: un aprendizaje muy recomendable, porque, como me decía
alguien que me quiere bien, si a partir de los cincuenta no te duele algo, es
que estás muerto; y la cosa no tiene visos de cambiar, al menos en este valle
de lágrimas.
Dicho todo lo cual, con la
bici me pasa lo de la
canción de Mecano, y preveo volver a ella próximamente. De momento, he dado
el primer paso, que es llevar la bicicleta al taller para que me la pongan a
punto. Volveré, eso sí, de otra manera, porque si algo me ha enseñado esta
experiencia es que otro MTB es posible. Muy posible.
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