Al fondo, el palomar típico de Tierra de Campos |
Como ya adelanté en una entrada anterior,
estoy pasando unos días en un pueblo de la Castilla profunda; en Tierra de
Campos, para más datos; en la provincia de León, para más señas; en un pueblo
del Camino de Santiago de Madrid cercano a Sahagún de Campos, por dar más
pistas; en Arenillas de Valderaduey, para ser exactos.
Arenillas de Valderaduey es -en contra de
lo que pudiera parecer a primera vista- un lugar privilegiado para la
práctica del MTB y cuna de bikers aficionados de muy alto nivel. Desde tiempo
inmemorial, se celebra en este precioso pueblecito una prueba ciclista poco
conocida, pero muy popular entre los ciclistas locales: la “Villacreces Extreme
Race”. Se trata de una competición no oficial que se disputan los jóvenes del
pueblo y visitantes, durante las fiestas de la Asunción de la Virgen, y cuyo
recorrido discurre entre Arenillas y Villacreces, un pueblo abandonado de la
provincia de Valladolid del que solo queda en pie la impresionante torre mudéjar del siglo XVI de la
que fue su iglesia parroquial.
La Tierra de Campos ofrece un veraneo
alternativo al de playa y chiringuito que, personalmente, prefiero. La paz de
la meseta castellana, la hospitalidad austera y cordial de sus gentes, el
buen llantar regado con vinos recios, una historia milenaria, el abundantísimo
arte que esta lleva aparejado… y un sorprendente entorno natural que he ido
descubriendo a golpe de pedal.
Ciertamente, la Tierra de Campos no es
lugar para forjar escaladores, a no ser que nos desplacemos hasta la Montaña
Palentina; pero en la zona de Arenillas se pueden hacer larguísimas rutas sin
grandes desniveles, a medias de veintimuchos y cambiando de provincia (León,
Valladolid, Palencia) como quien se cambia de maillot. Nunca en mi vida había
visto desde mi bicicleta tantas aves rapaces, de todo tipo y tamaño
(cernícalos, aguiluchos…), aparte de las enormes avutardas, perdices,
codornices, conejos, liebres… y hasta un corzo despistado que no oyó la bici que
se le echaba encima hasta que me tuvo a pocos metros. Tierra de caza y también
tierra de pesca, con dos ríos, el Cea y el Valderaduey, de riberas increíbles
donde la sombra alivia al biker bajando varios grados el rigor del sol que
azota los inmensos terrenos de cultivo. Y, en cualquier caso, un calor mucho
más llevadero que el madrileño: jersey al anochecer y también “de par de
mañana”.
En pocos días volveré a la brega madrileña
con muchos kilómetros de Tierra de Campos en las piernas y con la imagen de
esta bellísima tierra en las pupilas. Y con el gusanillo ya metido de hacer en
bicicleta el Camino de Santiago de Madrid. A ver si convenzo a “la jefa”…
Grajal de Campos: último pueblo del Camino de Santiago de Madrid
antes de entroncar con el Camino francés en Sahagún de Campos
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