Hace una semana, el pasado 18 de
septiembre, se nos fue Andrés al cielo. Habían pasado más de veintiún años desde
que un accidente lo dejara postrado, un día de agosto que se ha quedado indeleble
en mi memoria.
Conocí a Andrés en Pamplona en el
año 1992. Aunque era diez años mayor que yo, enseguida trabamos una gran
amistad que se consolidó a base de rutas en bicicleta de montaña. Con Andrés me
recorrí Navarra en MTB de norte a sur y de este a oeste: desde las Bardenas
Reales a la Selva del Irati, pasando por Tierra Estella, Urbasa, Pirineo… Y en
julio de 1993, nos fuimos los dos a hacer nuestro Camino de Santiago desde
Roncesvalles.
Andrés, como buen artista que era
—pintor, escultor y lo que se le pusiera por delante—, parecía vivir en su
mundo, un mundo de una enorme riqueza. Pero a medida que le ibas conociendo
mejor, te dabas cuenta de que su mundo era, fundamentalmente, su familia y sus
amigos. Andrés era esposo, padre, hermano, cuñado, yerno…, y amigo, un gran
amigo de sus amigos.
De entre los muchos recuerdos que
tengo de Andrés, destacan los diez días que pasamos juntos en el Camino de
Santiago. Me llamó entonces la atención su preocupación por hablar todos los días
con Beni, su mujer, y contarle cómo estaba yendo todo. Aquellos eran todavía
los años gloriosos en que no existían los móviles como los conocemos ahora, y
para llamar por teléfono había que proponérselo, especialmente si estabas
haciendo el Camino. Hubo un día en que incluso pidió el favor de utilizar el
teléfono en una casa particular, porque no encontró otro modo.
Y Andrés era un disfrutón. Sabía
paladear agradecido las alegrías que nos da la vida: la belleza de un paisaje, de
un pueblo, de una iglesia extraordinaria…, y que Induráin estaba ganando su
tercer Tour (el final de etapa en algún bar del Camino era parada obligada). Andrés
nos daba continuamente de esa alegría de vivir tan suya, y nos ayudaba a quitar
importancia a las cosas y a reírnos un poco —o un mucho— de nosotros mismos.
Al mirar atrás, me sorprende lo
mucho que después del accidente nos siguió dando. A pesar de su tremenda
limitación, recuerdo sus ojos de grata sorpresa y su sonrisa cada vez que iba a
verle, y cómo se emocionaba cuando le contaba cosas del Camino. Nunca supe qué
pasaba por su cabeza en aquellos momentos, pero siempre salí de aquellas
visitas reconfortado y con un sentimiento muy vivo de lo que realmente importa en esta vida. Sí, Andrés siguió dando mucho durante veintiún años: a Beni,
a sus hijos, a su familia y a todos los que tuvimos la gran suerte de ser sus
amigos. Por eso entiendo muy bien el gran vacío que ha dejado.
Me consuela la certeza de que,
desde otra dimensión, Andrés sigue presente, y a sus amigos bikers nos está preparando
rutas maravillosas en bicicletas que no se estropean nunca, y una sesión
continua de los cinco Tours de Induráin, con una buena cerveza, bien fría.
Gracias, Andrés. Gracias, amigo.
Nos vemos en el cielo.
Me siento profundamente emocionada y a la vez agradecida por este " tu regalo"
ResponderEliminarEstoy completamente de acuerdo contigo,claro que qué voy a decir yo de mi adorado " cuñadico"
GRACIAS
Muchas gracias por compartir estos recuerdos...
ResponderEliminarCuando pasasteis por Burgos me impresiono lo llenos que ibais de ilusion y ganas a pesar de las poquisimas cosas materiales que llevabais. Os quise dar un botiquin pero solo aceptasteis una tirita. Y con tan poco ibais felices...
Su camino de Santiago se prolongo 21 años más...
Ahora ha cruzado el portico de la gloria de verdad y para siempre, sin nada material pero con las manos llenas.